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martes, 22 de agosto de 2017

Cartas a Samira (5)



     Texto original: Al-Jumhuriya 

    Autor: Yassin al-Haj Saleh
 
Fecha: 13/08/2017


Libertad para Samira Khalil
[Diseño: El pueblo sirio conoce su camino]


Sammur, en la carta anterior intenté darte una idea de la situación humanitaria en Siria, de la que se dice de vez en cuando que es la peor crisis humanitaria desde los días de Ruanda en 1994, y la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, lo que me parece realmente atroz son dos cosas. Primero, que nuestro desastre (nakba) se ha producido en la práctica bajo supervisión internacional, con presencia de EEUU, Rusia, Francia y Reino Unido, y con abundantes datos contrastados, durante prácticamente seis años y medio (y no, por ejemplo, tres meses como en Ruanda). Además, el responsable de esta desgracia nacional y humanitaria, Bashar al-Asad, no solo sigue en su puesto, sino que se habla de “rehabilitar” al régimen, lo que supone recompensarlo por esta criminalidad destructiva.

¿Qué significa esto, Sammur? ¿Qué significa que medio millón de personas sean asesinadas, que la vida de millones haya sido destruida, que las potencias que dirigen el sistema internacional, y el mundo de hoy, trabajen para volver a apuntalar la situación que dio origen a esta desgracia, y a la mafia gobernante, responsable directa del asesinato de más del 2% de sus gobernados? Sencillamente, significa que la muerte de quienes han muerto carece de valor, que la tortura de quienes han sido torturados no merece consideración y que la destrucción de la vida de millones de personas no será recompensada. Creo que se nos está diciendo que los cientos de miles asesinados han perdido la vida en vano, que los gritos de todos los torturados y el dolor de las madres, los padres y los niños no importan ni cuentan, que todo eso no es el precio de nada, y que no traerá beneficio alguno. La sangre no es el precio de la libertad, y las víctimas no son ofrendas para la salvación. En resumen: nuestros muertos no son mártires y no tenemos causa alguna. Tan horrible ordalía no llevará a ningún cambio político, los asesinos no tendrán que rendir cuentas, la justicia no se hará realidad, no se abrirán nuevos horizontes para el país, y los sirios no estarán en mejor posición para gobernar sus vidas ni para construir su futuro.

Es decir, que la muerte de quienes han muerto no protegerá la vida de quienes siguen vivos, y que la tortura de los que han sido torturados no garantiza nada más que la tortura de quienes aún no han sido torturados.

¿Puedes imaginarlo, Sammur? Cuando nuestro sufrimiento es privado de la posibilidad de tener algún significado, salimos en la práctica del círculo de la humanidad; así pues, o nos meten en el círculo de las cosas que ni sufren ni tienen significado mientras los ingenieros de nuestra nakba son humanos, o somos humanos de menor categoría, mientras los ingenieros de nuestra nakba están por encima de los seres humanos, y quizá los dioses. ¿Te lo imaginas, Sammur? El racismo se supera y, a costa de un ente como Daesh, cualquier racista fascista puede ponerse la máscara de civilizador liberador de alta moral.

Cuando la muerte de 100 de nosotros es igual a la de 1000 o 100.000 o un millón -cero en todos los casos- se nos dice en la práctica que todos y cada uno de nosotros somos cero, y que nuestro genocidio no es una pérdida ni tendrá consecuencias. Han de ser dioses aquellos que han extirpado nuestra ordalía hasta el punto de que el hecho de que seamos muchos o pocos sea igual a sus ojos. En efecto, nuestra causa se acerca al umbral de “la guerra contra el terrorismo”, que no se contenta con exterminarnos, sino que es un prejuicio de la condena que se nos hace como terroristas o “entornos sociales” del terrorismo, como dijo Bashar al-Asad. Así, pasamos de la privación de significado al exterminio, y de la privación de justicia al genocidio y a la privación de la vida.

Da mucho miedo, Sammur. Que nos hagan emigrar y nos condenen, que nos torturen y nos condenen, que nos asesinen y nos condenen. Que nos condenen a los agredidos y asesinados en vez de condenar a los agresores y asesinos. Da pavor que nos maldigan así, que nos traten como malditos los crueles dioses, que nos abandonen a una tortura sin final, en la que nada nos servirá y nos salvará.

Dicen que no hay alternativa a Bashar al-Asad, renuevan su mandato sobre nosotros porque está garantizado y bajo control. Lo que quieren los que gobiernan el mundo hoy es apoderarse de nuestro cambio, decidir ellos cómo se hará ese cambio, hacia dónde, con qué ritmo y los frutos que traerá, y no nosotros. Es decir, que no tengamos tampoco historia o que nuestra historia apenas se limite a una rama de la historia de los gobernantes.

Lo que da pavor en todo eso, Sammur, es que se trata de una sentencia irrevocable contra nuestros mejores esfuerzos de no dejar huella alguna, y que nada de lo que hagamos con sinceridad dé frutos. Nuestras acciones son como nuestras no-acciones y el resultado en todo caso será cero. Esto supone rendirse a la desesperación, una sentencia de muerte y la vuelta de las acciones de Bashar al-Asad.

Este relato sirio no se parece a ningún otro en la historia moderna en lo que respecta a que está llena de sangre y dolor. Los otros relatos no eran tan conocidos o eran locales y no participaban en ellos las potencias internacionales dirigentes, o al menos no han durado tanto tiempo, o no eran tan terribles en el coste humano y material, ni destrozaron de tal forma el futuro. O bien las potencias internacionales se unen entre sí, o bien se unen al principal asesino (o adoptan una neutralidad positiva hacia él) tras la división de nuestro país, lo que hará de nuestro relato un relato mundial, el relato del mundo.

El problema es que la única conclusión política correcta que se puede hacer es la necesidad de cambiar el mundo. Mientras el mundo siga siendo el obstáculo al cambio, y quien niegue el significado a nuestra vida, es preciso que cambie para que vivamos y para que nuestra vida tenga significado. Sin embargo, Sammur, esto supone que nos condenen a salirnos de la acción, de la política y del intento de influir en nuestro destino a largo plazo. Cambiar el mundo no es una simple expresión, sino el nombre de un destino terrible. Los sabes bien por nuestro trabajo para cambiar Siria. El mundo es una gran Siria, Sammur, y cambiarlo supone extender el terror que nos afecta a todo el mundo.

No obstante, sigue siento el único reto que debemos afrontar para intentar devolver el significado a nuestro dolor, honrar a nuestras víctimas y hacer de la masacre de Siria un catalizador del cambio de un mundo que ha de cambiar. Lo que no tiene significado es el mundo que niega nuestro significado, y cambiarlo es un deber hacia nosotros y hacia los demás que sufren mucho y significan poco.

Sabes, Sammur, que nuestro viejo maestro, Mark, impuso a los filósofos el deber de cambiar el mundo y no limitarse a explicarlo, y después, encomendó al proletariado, la clase explotada y organizada en el mundo capitalista, que nada tenía que perder con la revolución y quizá algo que ganar, cambiar el mundo capitalista. En el mundo de hoy, los llamados a cambiar el mundo son aquellos a quienes el mundo les ha negado el significado, quienes han sido expulsados de la historia, quienes son asesinados, torturados y desplazados forzadamente y quienes son menospreciados siempre.

Nosotros, Sammur, somos los proletarios del significado, los náufragos fuera del significado, los malditos condenados que no tienen derecho a condenar, a quienes se les niega la palabra en cuestiones de bien y mal.

Nuestra causa está ahí hoy, Sammur, en una posición no firme entre el hecho de que nos nieguen el significado y nuestras trágicas aspiraciones de cambiar el mundo para tener significado.

Y de cambiar nuestro mundo inmediato en primer lugar. Los islamistas, a quienes también se les niega, como a nosotros, el significado, tienen poca amplitud de miras y mucho egoísmo como para ser la fuerza del cambio y el significado. Tú personificas más que cualquier otro ser humano la pequeñez de los islamistas y su incapacidad intrínseca para participar en la renovación del mundo, en significante y significado. Son nihilistas, miserables, y están desesperados.

Nosotros, Sammur, no perdemos nada con cambiar el mundo hoy. Somos los malditos cuyo único significado es trabajar por cambiar un mundo que niega nuestro significado. Nosotros somos los tuyos y los que estamos contigo.

Sin embargo, una vez más, este es un terrible destino, y no una idea valiente que registrar para pasar a la siguiente. El destino posee y no se puede poseer. Eso lo sé desde que te secuestraron y te hicieron desaparecer. Lo veo con mis ojos y los tuyos.

“En un mundo que se derrumba”, “el oasis” eres tú en tu cerco doble o triple [1]. Cuídate por mí, Sammur.

Besos, corazón mío.

Yassin 

[1] Expresiones tomadas del poema “Beirut” de Mahmud Darwish.

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